En el cielo sólo hay santos


Todos los años la Iglesia celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Y en la Liturgia, en la Santa Misa, una de las lecturas que se leen es del libro del Apocalipsis. Allí, el Apóstol Juan, en una bellísima visión, ve el cielo y dice:
“Vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: "¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!".”
Juan ve en el cielo una multitud de personas, que supera amplísimamente la lista de aquellas personas que honramos como santos canonizados. Son una multitud de personas imposible de contar que viven en el cielo.
¿Y qué es el cielo? 
El cielo es el mismo Dios. Es la vida divina de Dios. Una vida divina que quiere compartirla con nosotros sus hijos. Vivir en el Cielo es vivir con Dios y en Dios. Es verlo a Él. Ver a Jesucristo reinando sobre todos y todo. Y en esta muchedumbre formada por innumerables santos conocidos como la Virgen María, los Apóstoles, San Francisco, San Leonardo, el Cura Brochero, San Juan Pablo II, Santa Teresita, Santa Teresa de Calcuta, Santa Bernardita y tantos santos que queremos… y además por innumerables santos que no son conocidos más que por unos pocos, pues allí habrá también tantos familiares nuestros y amigos que ya partieron… y también todos los Santos Ángeles, junto con nuestros ángeles de la guarda… y... todos, todos, todos… tienen una cosa en común:
¡Son santos!
El salmo 24 nos da una clave de quienes pueden entrar al cielo:
“¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador.”
Las manos limpias y puro el corazón. Si el cielo es vivir la misma vida de Dios, y Dios es el Santísimo… ¿podría alguien que no es santo entrar en su presencia? 
Un día tuve la certeza de que debo y debemos decirle a todos los cristianos esta verdad que parece que la hemos olvidado:
“¡En el cielo, sólo hay santos!”
Y muchos me dicen: ¿Y entonces nosotros? Pues fácil. Debemos ser santos. ¡Es nuestra vocación de cristianos! Y no se me ocurrió a mí ni a los curas. ¡Fue Jesús el que dijo: “Sean perfectos como el Padre Celestial”
Y esto, lejos de acobardarnos o desesperanzarnos, nos debe dar más ganas de lograrlo. Pues si es cierto que con nuestras fuerzas solas no podremos ser santos, con Dios, todo lo podremos. Y Él nos hará santos, como lo hizo con cada uno de los que hoy recordamos.
¡Debemos anhelar ser santos! Es nuestra vocación de bautizados, de hijos de Dios. ¡No es una opción! ¡No es un privilegio de algunos ni un título honorífico dado por la Iglesia a algunos!¡Es nuestra vocación!
Y si alguien ya partió de este mundo sin estar completamente puro, con nuestra oración podremos ayudarlos a pasar más rápida su purificación en el Purgatorio, desde donde irán derechito al cielo.
“¡Felices los que lavan sus vestiduras para tener derecho a participar del árbol de la vida y a entrar por las puertas de la Ciudad!” (Apoc 22,14)
Y por eso, al día siguiente de la Solemnidad de todos los Santos, recordamos y rezamos por todos los fieles difuntos, para que también disfruten del lugar que Dios nos tiene preparados ¡a todos lo que acepten este INMENSO regalo de Dios de ser partícipes de su propia VIDA DIVINA!.
No teman ser santos. Es el verdadero éxito de esta vida. Perder el cielo, sería el peor de los fracasos.
¡No temas ser santo! 
No perderás libertad ¡La tendrás toda! 
No perderás la alegría ¡La tendrás toda! 
No perderás la vida ¡La tendrás toda!.
“Alégrense y regocíjense…, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo”(Mt 5,12).
Feliz día de todos los santos, todos los días.