Lleno de Dios



Tengo los ojos llenitos de mar,
de cielo, de nubes y de inmensidad.
Quiero llenarme de Ti el corazón
mientras me admiro con tu creación.

Tenga mi alma extasiada de Vos,
un hueco pequeño llenito de Sol.
Quiero lo pando de mi corazón
colmado de honduras repletas de Dios.

Contenmplo tu rostro en cada rincón
que de la nada hiciste existir.
Que no es de casuales que surge la vida
sino por tu gran Providencia, mi Amor.

Que tus olas rompan en mi interior
como rompe la mar que llega a la orilla,
derramando espumas de dones y gracias
sobre la frágil arena de mi pequeñez.

Lo que ya una vez hiciste mi Dios inmutable
puedes por Gracia hacerlo otra vez.
Transforma la nada de mi pobre ser
en playas doradas por tu Santidad.

Gracias


Gracias Santo Padre Benedicto XVI. Se lo quiero decir ahora, que ambos vivimos. Pues si yo me voy primero se lo diré cuando usted llegue al Cielo, pero ya no es lo mismo. Las gracias hay que darlas en vida, aquí en la tierra, donde el eco de eternidad tiene mérito. Y si usted se va primero, y yo no le hubiera dado las gracias hasta ese momento, pues seremos tantos millones los que se lo diremos que tampoco sería lo mismo. Además, usted lo sabe, en este mundo la mayoría de los muertos son buenas personas para los vivos, hasta los que han sido evidentemente malos, aún esos dan pena cuando se mueren.


Por eso ahora quiero darle gracias. En uso de mis facultades y usted de las suyas. Gracias porque da ejemplo cotidiano de caridad y firmeza. Porque cuando lo escucho o lo leo, porque debo decirle que el alemán no lo entiendo y su italiano también me cuesta, me hace acordar a Dios Padre: Bondadoso y paciente, muy paciente. Porque yo en su lugar, teniendo la tribuna que usted tiene, diría cosas más duras. no tendría paciencia ni bondad con los abortistas ni los corruptos, pero claro, quizá ya estaría muerto y de nada le serviría a la iglesia. Además ¿a cuantos habría convertido? ¿Cuantos me habrían escuchado? En cambio usted con su dulzura de abuelo bueno, lo escuchan ateos, filósofos y gente de todas las religiones. Lo escuchan los que le creen lo que dice y los que piensan que debería desaparecer. 


Lo escuchan y tambien hay muchos que no lo escuchan. Sobretodo no lo escuchan muchos que deberían ser sus hijos. Hay mucho despiste en la Iglesia. Muchos sacerdotes que van por su camino haciendo lo que les da la gana. Muchos religiosos y religiosas que tienen sus propios catecismos. Muchos laicos que solo hablan del Papa cuando sale por primera vez al balcón y luego lo olvidan hasta su muerte o lo recuerdan cuando un medio de comunicación sale a criticarlo. Y también habemos muchos laicos que amamos a la iglesia, no con el ardor que se merece, pero la amamos. Y lo amamos a usted y hasta creo que dariamos la vida por la Iglesia y usted. Digo "creo" porque cuando vemos las noticias de los cristianos de India, Irak o Nigeria se nos arruga el corazón y temblamos de solo pensarlo. Por eso gracias también por salir a dar a la cara y hablar de los cristianos perseguidos, pues los medios del mundo la mayoría de las veces los ignoran a conciencia.


Gracias Santo Padre por mostrarnos la verdadera cara de Cristo. Sin estridencias, sin contrastes, sin ambiguedades. Gracias por defender y mostrar y proponer la Verdad sin concesiones. Gracias por luchar cada día por la unidad de la Iglesia y de los cristianos. Gracias por defender la honra de nuestra Madre la Santísima Virgen María. Gracias por reunir a los hijos de Dios dispersos por el mundo con amor y valentía. Gracias por mostrarnos que en la debilidad está la fuerza y en la lucha diaria la santidad.


Gracias Santo Padre Benedicto XVI por seguir el legado del beato Juan Pablo y no bajarse de la Cruz y de la pesada tarea de guiar la iglesia a pesar de la edad, las enfermedades, las presiones de afuera y de dentro. Gracias por enseñarnos a amar cada día más a Cristo en la Eucaristía. Gracias por enseñarnos a amar y ser fieles a la Iglesia, Esposa de Cristo. Gracias por ser el rostro de Cristo en la tierra. Gracias por ser tambien mi padre y guía en los derroteros de mi vida cristiana. Gracias por su firmeza y valentía en exponer la doctrina. Gracias por todo lo que usted trabaja por extender el Reino de Dios. Gracias por sus oraciones. 


Nos veremos en el Cielo. Rezo por usted. Y por supuesto, gracias a Dios por darnos al Santo Padre benedicto XVI, signo de unidad de su Santa Iglesia Católica y Apostólica.

La cruz de cada día es redención


En mi Parroquia hay en su frente una imagen grande que lleva por nombre "La Cruz de la corresponsabilidad redentora". Esa imagen tiene un solo brazo de Cristo  en lugar de uno de los palos de la Cruz. Remite a la responsabilidad que tenemos todos los cristianos con la Redención.


La Redención ha sido realizada por Cristo y su sufrimiento es suficiente y necesario para la redención de todo el género humano. Y nada que hagamos nosotros en ese sentido es necesario para mejorarla o completarla. Pero aún así Dios quiere asociar nuestro sufrimiento al suyo para transformarlo en redentor. Y entonces sí, con esa intención, dirá San Pablo: "Completo en mi carne lo que falte a los sufrimientos de Cristo" (Col 1,24).


Todos los cristianos, la Iglesia toda, como parte del Cuerpo Místico de Cristo del cual El es la Cabeza, debemos asociar nuestro dolor a su dolor y así, junto con El, subiremos a la Cruz por nuestra Salvación y la de los demás hijos de Dios.


Antes de anoche, en mi guardia mensual del Servicio Sacerdotal nocturno, junto a otros laicos y un Sacerdote, acudimos al llamado de una familia a su domicilio. En una sofocante noche de verano, rodeada por su madre y demás familiares, yacía en la cruz de su cama y enfermedad una joven mujer, Sandra. Con un poco más de 35 años, se encontraba semiconsciente, volando de fiebre. Su brazo derecho extendido y el otro junto al cuerpo. Con húmedas toallas en su frente, su abdomen y el brazo para intentar mitigar el calor de su enfermedad. Agonizaba. El verla me hizo recordar instantáneamente la Cruz de mi Parroquia.


El Sacerdote, luego de que se retiró una doctora y un enfermero que la asistían justo cuando llegamos, le administró el Sacramento de la unción de los enfermos mientras todos lloraban en silencio. Al finalizar le acarició su cara y la llamó por su nombre con mucha dulzura: Sandra. En un instante de lucidez, ella reconoció el llamado y con sus grandes ojos cansados lo miró para luego volver a su posición primera. Quizá por un momento vio en el padre Pedro el mismo rostro de Jesús.


Que importante es que a través de nuestra vida cristiana sepamos de la responsabilidad que tenemos como miembros de Cristo en la labor de la Redención. No porque Dios necesite de nosotros, sino porque quiere compartirnos su propia labor, quiere necesitarnos por amor a nosotros mismos. Que cada dolor, que cada incomodidad, que cada esfuerzo, cada llanto, cada humillación, cada trabajo, sirvan para entregarlos y subirlos a la Cruz del Señor. Allí, los dolores se transformarán en Redención, en Resurrección y en Vida.


En esta vida, siempre hay cruz. Por algo el Señor nos invita a tomarla y caminar tras El. Y aunque no te guste, la cruz siempre se lleva, creas en Dios o seas el mayor de los ateos. Pues la cruz, o la llevas con Cristo o la arrastras lastimeramente. Pero dejarla, nunca podrás. ¡Que mejor que llevarla con El! Ofrece tu dolor a Dios y verás como cambia todo.


Y que cada vez que visitemos a un enfermo, recordemos que visitamos al mismo Jesús doloroso y silencioso de la Cruz. Y que a su lado, siempre siempre, está de pié, callada, dolorosa y corredentora, la Virgen María.

La Santidad



Mientras leía un libro de espiritualidad, enconctré una frase que por simple y contundente se me clavó en el corazón:

"En el cielo sólo hay santos."

Una verdad tan clara y manifiesta como el aire que respiramos. Y de tanto respirarlo lo olvidamos y no lo tenemos en cuenta. Pero allí está. Tan verdadero como necesario para la vida.

Cuando el Señor habla de San Juan Bautista, dice que no hay en el mundo hombre más grande que el. Pero aún asi, en el cielo el más pequeño es más grande que el.

No dice Jesús "el menos santo", sino "el más pequeño". Pues todos, desde la Virgen María y San José, hasta el que entró hace unos instantes al cielo después de años o siglos de purificación en el purgatorio, todos tienen en común la santidad.

Me dirás que también hay Ángeles. Sí, pero Ángeles Santos. Los otros no. Allí no hay ni medios santos, ni pocos santos, ni santitos, ni casi buenos. Sólo hay santos.

Es como si en la tierra una empresa dijera:

- Aquí sólo tomamos ingenieros.

Y viniera uno y les dijera:

- Miren, yo soy casi ingeniero, me faltan rendir una o dos materias.

Le constestarán:

- Vaya, ríndalas y vuelva luego y ya veremos.

Y quizá el hombre insistiría:

- Mire que mi padre es un ingeniero encumbrado que trabaja hace años en su Compañía y tiene un cargo superior al suyo.

A lo que el entrevistador le contestaría:

- Su padre es tan ingeniero como yo y aquí sólo entrar a trabajar ingenieros. ¿O porque cree que trabaja aquí su padre? Vuelva luego si lo logra y sino no vuelva.

Por eso el Señor cuenta en su parábola lo furioso que se puso el Rey cuando entró a su boda un invitado con ropas inadecuadas. Nadie entra al Cielo si no va vestido de santo. Y no se trata de ropajes materiales, sino del alma.

¿En que gastamos nuestros días y nuestra vida? Si no lo es en ser santos estamos perdiendo el tiempo. Y nos podrá ir excelente en los negocios del mundo pero estamos perdiendo el único negocio que vale la pena: ganar el Cielo.

Cristino que no es santo es un fracaso. Trabajemos y esforcémonos por triunfar que fracasar es muy fácil. Ancho es el camino que lleva a la perdición y angosto el que lleva a la gloria.

Medítalo conmigo: En el Cielo sólo hay santos.

El Rey encadenado



Hubo una vez un Rey que era muy desconfiado y codicioso.

Recibió la corona de su Padre y con la corona, recibió grandes extensiones de tierra y por supuesto joyas y oro, como todo Rey. Pero tenía muchísimo miedo de que le robaran o se perdiera su oro. Así que habló con los herreros del Palacio y les pidió que fundieran todo el oro que había en el Tesoro de tal manera que hicieran con el una cadena. Cuando la cadena estuvo lista la admiró y solemnemente la colocó alrededor de su cuello.

De esa manera pudo calmar sus miedos y sus ansias por vigilar el tesoro mientras además atendía los quehaceres propios de un Rey, pues podía ir y venir con su cadena de oro.

Pasó el tiempo y gracias a los impuestos y a las ganancias de unas guerras contra sus vecinos, comenzó a acumularse nuevo oro en el tesoro. Y ahora volvía el pobre Rey a dormir mal pues no hacía más que pensar en el oro que estaba en la bodega del tesoro. Volvió a llamar a sus herreros y pidió que fundieran nuevamente todo el oro, incluida la cadena que colgaba de su cuello e hicieran una nueva cadena con eslabones mas gordos.

Cuando esta estuvo terminada la colgó a su cuello. Y si bien era llamativamente mayor que la anterior, y mas pesada por supuesto, la cargó con una alegría evidente y siguió trabajando como Rey. Ese día de contento que estaba mandó a hacer una Fiesta.

El tiempo seguía transcurriendo y el floreciente comercio y el engrandecimiento del Reino llenaba cada vez con mayor velocidad las arcas del tesoro Real. Por lo que una vez más y cada vez de manera más seguida, los herreros fundían el oro y realizaban una nueva cadena que era colocada, con mucha ayuda ahora, alrededor del cuello, pecho y estómago del Rey, pues tan grade se hacía la cadena de oro.

Los años pasaban, y la manía crecía. Pero como los años no vienen solos, el avejentado rey no podía ya caminar con su dichosa cadena de oro real y en su habitación pasaba los días y las noches admirando codiciosamente su brillante y pesada cadena de oro, todo el tesoro del Rey custodiado por el mismísimo Rey.

Una tarde de enero no se escuchó más su respiración y luego de mucho trabajo de los hombres más fuertes del Palacio pudieron sacar de abajo de una montaña de oro el enjuto cuerpo del pobre Rey encadenado.

El Rey fue enterrado prontamente y fue nombrado Rey un sobrino nieto del muerto, pues nunca tuvo tiempos para esposas ni hijos de tanto que le llevó custodiar su cadena. El oro fue fundido y hecho monedas y joyas que disfrutaron por muchísimos años propios y extraños.

Muchas veces los cristianos olvidamos que también somos reyes. Y no solo reyes, tambien sacerdotes y profetas. Y todo por ser hijos de Dios. ¡Y lo somos! grita San Juan con alegría. Pero en la vida nos vamos llenando de cadenas de cosas y situaciones que parecen muy importantes y que al final no nos dejan movernos libremente, con la libertad de los hijos de Dios.

Es que las cadenas aunque sean de oro no dejan de ser cadenas.