El Rey encadenado



Hubo una vez un Rey que era muy desconfiado y codicioso.

Recibió la corona de su Padre y con la corona, recibió grandes extensiones de tierra y por supuesto joyas y oro, como todo Rey. Pero tenía muchísimo miedo de que le robaran o se perdiera su oro. Así que habló con los herreros del Palacio y les pidió que fundieran todo el oro que había en el Tesoro de tal manera que hicieran con el una cadena. Cuando la cadena estuvo lista la admiró y solemnemente la colocó alrededor de su cuello.

De esa manera pudo calmar sus miedos y sus ansias por vigilar el tesoro mientras además atendía los quehaceres propios de un Rey, pues podía ir y venir con su cadena de oro.

Pasó el tiempo y gracias a los impuestos y a las ganancias de unas guerras contra sus vecinos, comenzó a acumularse nuevo oro en el tesoro. Y ahora volvía el pobre Rey a dormir mal pues no hacía más que pensar en el oro que estaba en la bodega del tesoro. Volvió a llamar a sus herreros y pidió que fundieran nuevamente todo el oro, incluida la cadena que colgaba de su cuello e hicieran una nueva cadena con eslabones mas gordos.

Cuando esta estuvo terminada la colgó a su cuello. Y si bien era llamativamente mayor que la anterior, y mas pesada por supuesto, la cargó con una alegría evidente y siguió trabajando como Rey. Ese día de contento que estaba mandó a hacer una Fiesta.

El tiempo seguía transcurriendo y el floreciente comercio y el engrandecimiento del Reino llenaba cada vez con mayor velocidad las arcas del tesoro Real. Por lo que una vez más y cada vez de manera más seguida, los herreros fundían el oro y realizaban una nueva cadena que era colocada, con mucha ayuda ahora, alrededor del cuello, pecho y estómago del Rey, pues tan grade se hacía la cadena de oro.

Los años pasaban, y la manía crecía. Pero como los años no vienen solos, el avejentado rey no podía ya caminar con su dichosa cadena de oro real y en su habitación pasaba los días y las noches admirando codiciosamente su brillante y pesada cadena de oro, todo el tesoro del Rey custodiado por el mismísimo Rey.

Una tarde de enero no se escuchó más su respiración y luego de mucho trabajo de los hombres más fuertes del Palacio pudieron sacar de abajo de una montaña de oro el enjuto cuerpo del pobre Rey encadenado.

El Rey fue enterrado prontamente y fue nombrado Rey un sobrino nieto del muerto, pues nunca tuvo tiempos para esposas ni hijos de tanto que le llevó custodiar su cadena. El oro fue fundido y hecho monedas y joyas que disfrutaron por muchísimos años propios y extraños.

Muchas veces los cristianos olvidamos que también somos reyes. Y no solo reyes, tambien sacerdotes y profetas. Y todo por ser hijos de Dios. ¡Y lo somos! grita San Juan con alegría. Pero en la vida nos vamos llenando de cadenas de cosas y situaciones que parecen muy importantes y que al final no nos dejan movernos libremente, con la libertad de los hijos de Dios.

Es que las cadenas aunque sean de oro no dejan de ser cadenas.