La cruz de cada día es redención


En mi Parroquia hay en su frente una imagen grande que lleva por nombre "La Cruz de la corresponsabilidad redentora". Esa imagen tiene un solo brazo de Cristo  en lugar de uno de los palos de la Cruz. Remite a la responsabilidad que tenemos todos los cristianos con la Redención.


La Redención ha sido realizada por Cristo y su sufrimiento es suficiente y necesario para la redención de todo el género humano. Y nada que hagamos nosotros en ese sentido es necesario para mejorarla o completarla. Pero aún así Dios quiere asociar nuestro sufrimiento al suyo para transformarlo en redentor. Y entonces sí, con esa intención, dirá San Pablo: "Completo en mi carne lo que falte a los sufrimientos de Cristo" (Col 1,24).


Todos los cristianos, la Iglesia toda, como parte del Cuerpo Místico de Cristo del cual El es la Cabeza, debemos asociar nuestro dolor a su dolor y así, junto con El, subiremos a la Cruz por nuestra Salvación y la de los demás hijos de Dios.


Antes de anoche, en mi guardia mensual del Servicio Sacerdotal nocturno, junto a otros laicos y un Sacerdote, acudimos al llamado de una familia a su domicilio. En una sofocante noche de verano, rodeada por su madre y demás familiares, yacía en la cruz de su cama y enfermedad una joven mujer, Sandra. Con un poco más de 35 años, se encontraba semiconsciente, volando de fiebre. Su brazo derecho extendido y el otro junto al cuerpo. Con húmedas toallas en su frente, su abdomen y el brazo para intentar mitigar el calor de su enfermedad. Agonizaba. El verla me hizo recordar instantáneamente la Cruz de mi Parroquia.


El Sacerdote, luego de que se retiró una doctora y un enfermero que la asistían justo cuando llegamos, le administró el Sacramento de la unción de los enfermos mientras todos lloraban en silencio. Al finalizar le acarició su cara y la llamó por su nombre con mucha dulzura: Sandra. En un instante de lucidez, ella reconoció el llamado y con sus grandes ojos cansados lo miró para luego volver a su posición primera. Quizá por un momento vio en el padre Pedro el mismo rostro de Jesús.


Que importante es que a través de nuestra vida cristiana sepamos de la responsabilidad que tenemos como miembros de Cristo en la labor de la Redención. No porque Dios necesite de nosotros, sino porque quiere compartirnos su propia labor, quiere necesitarnos por amor a nosotros mismos. Que cada dolor, que cada incomodidad, que cada esfuerzo, cada llanto, cada humillación, cada trabajo, sirvan para entregarlos y subirlos a la Cruz del Señor. Allí, los dolores se transformarán en Redención, en Resurrección y en Vida.


En esta vida, siempre hay cruz. Por algo el Señor nos invita a tomarla y caminar tras El. Y aunque no te guste, la cruz siempre se lleva, creas en Dios o seas el mayor de los ateos. Pues la cruz, o la llevas con Cristo o la arrastras lastimeramente. Pero dejarla, nunca podrás. ¡Que mejor que llevarla con El! Ofrece tu dolor a Dios y verás como cambia todo.


Y que cada vez que visitemos a un enfermo, recordemos que visitamos al mismo Jesús doloroso y silencioso de la Cruz. Y que a su lado, siempre siempre, está de pié, callada, dolorosa y corredentora, la Virgen María.